domingo, 19 de mayo de 2013

Daft Punk

Del underground a iconos masivos: las claves del mito

Fuente: Playground


Es uno de los pocos nombres de la música en activo que ha marcado a dos generaciones consecutivas, y esa importancia no es fruto del azar. Hoy tratamos a fondo la evolución del dúo francés, de salvadores del house a reyes del pop actual


La llegada de “Random Access Memories” ha reavivado la fiebre Daft Punk con más fuerza que nunca. Más allá de su discurso musical, las pasiones que despierta el dúo francés inciden en el terreno mitológico. ¿Cuáles han sido las claves en la construcción de la leyenda de los padres de la electrónica de masas?


A estas alturas es una perogrullada afirmar que el universo musical vive rendido a la electrónica. Y no hablamos simplemente de EDM. Las estrellas del pop, el rap, el indie, todas se han rendido, en mayor o menor medida, a la música hecha con máquinas. Hubo un tiempo no muy lejano en el que esto parecía una quimera. Hace quince años la percepción social y cultural de la música electrónica era totalmente distinta. En las antípodas de su omnipresencia actual, se trataba de una expresión cultural cuya asociación a determinadas connotaciones –la fiesta, las drogas, la experimentación, la rebelión, el underground– la hacían difícil de aceptar por el público mayoritario. Echando la vista atrás, es imposible desligar este cambio de paradigma del advenimiento de Daft Punk. El dúo francés no solo demostró que era posible que la música de baile fuera apetecible para el público rock, sino que, tomando el testigo de Kraftwerk, despejó el terreno para que el artista electrónico se convirtiera en estrella pop. Tal y como ha vuelto a poner de manifiesto la llegada de “Random Access Memories” (a la venta a partir del 21 de mayo), a día de hoy Daft Punk despiertan una fiebre mitómana que admite pocas comparaciones en el pop actual. Más allá de filias y fobias, nadie podrá negar que Thomas Bangalter y Guy-Manuel de Homem-Christo han ejemplificado como nadie cómo debe ser la construcción de un perfil artístico en el siglo XXI. Y eso es algo que tuvieron muy claro desde el principio.





Cuando Daft Punk editaron su álbum de debut en 1997, el rock y la música electrónica eran dos universos paralelos, dos entidades antagónicas que, debido a la enorme diferencia entre sus idiosincrasias, nadie se preocupaba ni siquiera en enfrentar. Salvo excepciones como The Chemical Brothers o The Prodigy, el mainstream percibía a los artistas electrónicos como simples peones en una cadena de producción cuyo principal cometido era el de nutrir de material a las pistas de baile. Existía, pues, una total desconexión entre la personalidad (o personaje) del artista y su creación musical. Por ejemplo, en la gran mayoría de videoclips que emitía el programa AMP de MTV –uno de los shows que más hizo para introducir la electrónica en el mainstream–, el artista rara vez aparecía en pantalla, dejando su protagonismo a la música y a las ocurrencias experimentales del realizador de turno. Esto no era casual, sino que respondía a la propia voluntad de los artistas electrónicos de rebelarse contra las convenciones de la parafernalia pop, algo inherente en la cultura electrónica. De la mano de “Homework”, sin embargo, Daft Punk demostraron que ambos mundos no tenían por qué ser incompatibles





Es indudable que el factor primordial de la eclosión de Daft Punk fue musical. Desde el principio tuvieron claro que querían hacer música electrónica que se pudiera consumir como una canción pop. Para conseguirlo, decidieron fundir todas sus filias musicales –del pop sixties al g-funk, del rock setentero a la música disco– en esqueletos house tan simples como devastadores. El resultado es de sobra conocido; la colección de hits de “Homework” supuso un hito cuya influencia aún perdura. Pero, ya desde los primeros pasos de su carrera, Thomas Bangalter y Guy-Manuel de Homem-Christo se preocuparon dar forma a un perfil artístico que complementara y amplificara su aportación sonora. En este sentido fue clave el asesoramiento de Daniel Bangalter, padre de Thomas y productor de éxito en los 70. Además de revelarles muchos de los secretos del funcionamiento de la industria, Bangalter senior les convenció de la necesidad de tener un plan bien definido para poder alcanzar los objetivos. Había que medir bien todos los pasos y así lo hicieron. El apartado visual, por ejemplo, fue tratado con especial esmero. Ya el primer single que editaron en Soma incluía su icónico logotipo –diseñado por Guy-Manuel a partir del cartel de la película “Thief” de Michael Mann– y para los videoclips de los singles de “Homework” decidieron esquivar las habituales abstracciones experimentales que acompañaban a la mayoría de vídeos electrónicos y contaron con directores como Spike Jonze, Roman Coppola y Michel Gondry que, como ellos, priorizaban la inventiva por encima de la sofisticación técnica. Fue todo un acierto; los vídeos que firmaron para “Da Funk”, “Revolution 909” y “Around The World”, respectivamente, no sólo ayudaron sobremanera a la popularización del dúo sino que, con el tiempo, son considerados tan clásicos como los propios tracks.



"Ocultando su imagen pública lograron convertirse en estrellas pop sin necesidad de traicionar las raíces del universo del que provenía"


El éxito comercial de “Homework” convirtió hasta los entonces bedroom producers en candidatos a estrellas del firmamento pop. Pero Bangalter y Homem-Christo nunca habían querido ser celebridades. Fue entonces cuando pusieron la semilla de lo que acabaría convirtiéndose en una de las grandes bazas de la construcción de su mito; la ocultación de su imagen pública. A la escasez de fotografías promocionales de esa primera época pronto se le sumaron las apariciones públicas enfundados en máscaras, por aquel entonces de lo más rudimentarias. Aunque en ese periodo el celo con su imagen no era tan estricto como lo acabaría siendo años después –de hecho existe metraje de actuaciones en directo e incluso entrevistas en los que aparecían a cara descubierta– su plan empezó a generar el efecto que buscaba; mientras millones de personas alrededor del mundo conocían las canciones de Daft Punk, muy pocos sabían que cara tenían. Con esta elección no sólo lograron esquivar las convenciones de la cultura rock que tanto aborrecían, sino que lograron convertirse en estrellas pop sin necesidad de traicionar las raíces del universo del que provenían. Una jugada maestra que, tal y como ha demostrado el paso del tiempo, se ha revelado casi tan influyente como su legado musical. Solo hay que observar el gran número de proyectos electrónicos que juegan con el factor misterio hoy en día.



La llegada de “Discovery” supuso un nuevo punto y aparte en el ascenso popular de Daft Punk. Y una vez más, las razones trascendieron lo musical. Aunque es innegable que el giro de su sonido –mucho más pop y accesible que el de su debut– propició la llegada de un nuevo segmento de público, ese segundo disco siempre irá ligado a la “transformación” de Thomas Bangalter y Guy-Manuel de Homem-Christo en robots. Conscientes de que si querían llevar un paso más allá la ocultación de su identidad tenían que idear una imagen acorde con su estatus, ya no valían las máscaras que podía llevar cualquier hijo de vecino en Halloween. Para ello, se pusieron en manos de la compañía de efectos especiales Alterian Inc. y dieron forma a lo que se convertiría en su principal signo de identidad visual; los cascos robóticos. Como si se hubieran empapado de las teorías del maestro de la robótica Masahiro Mori, Bangalter y De Homem-Christo parecían saber del efecto emocional que produce en la gente el contacto con robots con comportamientos humanos. Y no andaban desencaminados; ya desde sus primeras apariciones en los medios con su nueva imagen –ya fuera en un cápsula para Cartoon Network o el mítico reportaje para la televisión japonesa– quedó claro que su re-encarnación robótica multiplicaba la fascinación que despertaban. A día de hoy, nadie duda de que sus cascos han alcanzado un estatus icónico, al mismo nivel que, por poner dos ejemplos de altura, el guante de brillantes de Michael Jackson o el rayo pintado en la cara de Ziggy Stardust.


Además de propiciar su cambio de imagen, “Discovery” también sirvió para corroborar el cambio de enfoque conceptual de Daft Punk respecto a sus álbumes de estudio. Como si se anticiparan a la obsolescencia del disco como simple colección de canciones, empezaron a tratar sus trabajos de estudio más como medio que como objetivo en sí mismos. En el caso de “Discovery”, el álbum fue un el punto de partida del “musical house animado” “Interstella 5555: The 5tory of the 5ecret 5tar 5ystem”, un largometraje anime para el que las canciones del disco servían de banda sonora. No fue un capricho ni una simple excusa para poder trabajar con Leiji Matsumoto, uno de sus ídolos de infancia, sino que “Interstella 5555” fue considerada una de las mejores películas de animación de ese año. En el plano estrictamente musical, sin embargo, la recepción de “Discovery” fue mucho más tibia. A la decepción de muchos fans primigenios se le sumaron las críticas desfavorables y la sensación de que Daft Punk se habían traicionado a sí mismos. Pero si algo han constatado a lo largo de su carrera es su alergia al estancamiento. Podrían haber seguido facturando hits de house filtrado el resto de su vida, pero prefirieron dejar de lado un terreno que ya habían conquistado y embarcarse en nuevas aventuras. Y la jugada les salió redonda. El paso del tiempo no sólo ha revalorizado a “Discovery” sino que lo ha convertido en algo cercano a un disco de culto (un ejemplo; en su momento Pitchfork le otorgó sólo un 6,4 pero años después lo incluyó en su lista de mejores discos de los 2000). Pero Daft Punk no necesitaban el paso de los años; por aquel entonces ya se habían conseguido elevar por encima del canon del supuesto buen gusto musical para observar su carrera desde una panorámica mucho más amplia. Y, más importante aún, el hecho es que con su mezcla de himnos synth-pop, estética anime e imagen robótica consiguieron enganchar a una nueva –y distinta– generación de fans a quienes el estallido de “Homework” les había pillado demasiado jóvenes.

 


Cuatro años después de “Discovery”, Daft Punk regresaron con “Human After All”. Grabado en solo seis semanas, el disco supuso, esta vez sí, una decepción en toda regla. A pesar de su relativo éxito comercial, el álbum fue vilipendiado por la crítica y recibido con frialdad por el grueso de sus fans. El desencanto fue tal que incluso se puso en entredicho su reputación como luminarias de la electrónica. Pero, en realidad, todo estaba bajo control. Una vez más, un disco de Daft Punk trascendería la dimensión de un simple disco de estudio para convertirse en parte de un todo mucho mayor. En este caso, de una de las giras más celebradas de la historia de la música.




La noche del 29 de abril de 2006 las notas de la banda sonora de “Encuentros En La Tercera Fase” emergieron entre la oscuridad del Valle de Coachella. Entre la penumbra, asomó una pirámide y, dentro de ella, Bangalter y Homem-Christo en todo su esplendor robótico. Cuatro minutos después, sonó el riff sampleado del “Release the Beast” de Breakwater y el publicó enloqueció. De repente, la aparentemente cafre “Robot Rock” cobraba todo el sentido del mundo. “Human After All” solo había sido un preludio; lo que realmente tenían en mente Daft Punk cuando editaron ese disco era disponer las piezas que les faltaban para poder regresar a los escenarios y, por el camino, dar forma a uno de los espectáculos más fascinantes que ha conocido la música pop.








Ese primer concierto en el Festival de Coachella no sólo maravilló a las 40.000 personas que lo vivieron en directo sino que, por la gracia de los móviles del público, despertó el entusiasmo de fans alrededor del mundo. Los mismos que pocos meses antes daban por perdida la causa Daft Punk de repente se morían por verles en directo. El anuncio no se hizo esperar; a lo largo de 2007 el dúo llevaría a cabo su primera gira en diez años. En las antípodas de sus descarnados directos primigenios, su nuevo show era una fantasía audiovisual que rompía con todas las pre-concepciones sobre la música electrónica en vivo. Concebida como un excepcionalmente bien trenzado medley de todos sus hits y apoyada en un alucinante despliegue de LEDs, “Alive 2007” no solo fue una de las giras más representativas de la década sino que fue una de las principales semillas que propiciaría la invasión electrónica que experimentaría la música popular poco tiempo después. Más allá del impacto colectivo, para Daft Punk fue, además, el empujón definitivo hacia su condición de ídolos globales. Para cuando en diciembre de 2007 ofrecieron el último concierto del tour en Sydney, el dúo había conseguido volver a enganchar a los que les descubrieron con “Homework”, volver a fascinar a todos aquellos que les conocieron con “Discovery” y, tan o más importante, lograr conectar con toda una nueva generación electrónica que se dio cuenta quienes eran los verdaderos padres de ese mal-llamado sonido nu-rave que tanto les hacía vibrar por aquel entonces.








"Quince años después de asomar la cabeza, habían recibido el certificado definitivo de su integración en la cultura de masas"



Tras poner punto y final a la gira, Daft Punk iniciaron un período de semi-reclusión que les desplazó del centro neurálgico que habían ocupado durante los 12 meses anteriores. Habían pasado dos años desde que editaron “Human After All”, pero aún tendría que pasar otro lustro antes de que regresaran con un nuevo disco. En los ocho años que han transcurrido desde la publicación de ese disco y la llegada del inminente “Random Access Memories”, su única aportación musical ha sido la banda sonora de “TRON:Legacy” pero, paradójicamente, en este mismo período se ha multiplicado el misticismo a su alrededor. Esto se ha debido, en gran medida, a sus siempre bien medidas apariciones en distintas manifestaciones de la cultura popular. Sus apariciones en campañas comerciales, ya sea bailando junto a Juliette Lewis para GAP u homenajeando a Star Wars junto a Snoop Dogg, Noel Gallagher o David Beckham en el memorable anuncio de Adidas para la Superbowl de 2010, son claros ejemplos de cómo la publicidad no sólo no tiene por qué comprometer la credibilidad de un artista, sino que puede ser una herramienta más al servicio de la construcción de su imagen. Al fin y al cabo, ¿puede haber algo más deseable para tu proyección pública que Coca-Cola ponga en circulación una edición especial de botellas con tu logo en el tapón?





                                     


Este espíritu selectivo en su relación con las marcas es el mismo con el que han enfocado sus shows televisados. No en vano, su primera –y única hasta el momento– aparición televisada fue en 2008, pero se considera una de las más memorables de la historia de la televisión reciente: su actuación por sorpresa junto a Kanye West en la ceremonia de los Grammy de 2008. Pero si hay un acontecimiento televisivo que certifique definitivamente tu condición de celebridad suprema es aparecer en The Simpsons. Daft Punk hicieron lo propio en un capítulo de diciembre de 2012 en el que Disco Stu aparecía caracterizado como la encarnación robótica de Thomas Bangalter. Quince años después de asomar la cabeza, habían recibido el certificado definitivo de su integración en la cultura de masas. Tal y como el propio Bangalter reconocía en una reciente entrevista con Rock & Folk, el haber logrado inscribirse en el imaginario pop manteniendo el anonimato había sido “divertido”. Pero, más importante que esto, ha servido para romper moldes y redefinir la idea de star system a su manera.



Ahora, Daft Punk están a punto de publicar su cuarto trabajo de estudio y, como cualquiera habrá podido observar con un simple vistazo a sus perfiles de Facebook o Twitter en las últimas semanas, lo hacen con el mundo pendiente de ellos. Esta fiebre transversal es la consecuencia lógica de una carrera controlada al detalle, en la que no existen pasos en falso y en la que nada es gratuito. El modo en que han gestionado la llegada de “Random Access Memories” es otro ejemplo de ello. Una vez más, han vuelto a hacer un disco que va más allá de la música, esta vez en el sentido de que se trata de un álbum que “habla” de la música. Alzándose contra la banalización del proceso creativo que ha supuesto la explosión de la cultura EDM, han querido homenajear la era dorada de la industria con un trabajo de producción extra lujosa, rodeándose de un elenco de estrellas y contando con los músicos de sesión más cotizados del firmamento. Acorde con ello, su campaña de promoción ha obviado, en gran medida, las estrategias online para devolver la magia de la creación de expectativas al mundo real, ya sea insertando un anuncio en SNL, con carteles gigantes en las principales avenidas del mundo o con un camión recorriendo las calles de Tokio.
 

Más allá de su componente simbólico, lo más significativo del último giro en la carrera de Daft Punk es que se trata de una rebelión contra la propia revolución que ellos mismos desencadenaron quince años atrás. Ellos fueron quienes cambiaron las reglas y nos hicieron ver que era posible facturar himnos de baile masivos desde un dormitorio cualquiera. Pero ahora ese efervescente maremoto electrónico se ha institucionalizado y ha llegado la hora de redefinir el camino que debería seguir la electrónica de masas. Podrían haberse limitado a recoger los réditos que les pertenecen pero, una vez más, han preferido esquivar la costumbre y poner en cuestión todo lo logrado hasta la fecha. Y esta actitud auto-desafiante es, en última instancia, el signo más inequívoco de su grandeza.